sábado, 9 de febrero de 2013

La noche madrileña...

Tres personas. No hace falta más. Soy de la idea de que no importa la cantidad, sino la calidad y ayer entre los tres juntábamos a más gente de la que los ojos del vulgo puede ver a simple vista. Como siempre, unas copas por aquí, unas copas por allá, un poco de jugar al famoso "yo nunca" y volver a ser críos que se ríen con el más mínimo comentario fuera de tono. Me quedo con esa idea nietzscheana de volver a ser niños.


Soledad nocturna
Bailamos como nunca, pasamos frío e hicimos la noche nuestra. Sin embargo ya muchos me conocéis, no tengo aguante para las fiestas ni para la bebida, sinceramente no me gusta, me tomo una copa y ya estoy hecho. Ante la situación de cansancio salí de la discoteca y me dije que no podía ser que tuviera Madrid a mi entera disposición. Hice una de esas cosas que recuerdas toda tu vida por lo extraño y a la vez tremendo del asunto. Para los que conozcáis Madrid sabéis que caminar desde Moncloa a Atocha da qué pensar un buen rato.


Me dí cuenta de que no hace falta nada más que tu propia cabeza, tus pensamientos y tus pies para pasar un rato único e inolvidable con uno mismo. Totalmente necesario. Ayer volví a reafirmarme en lo que ya sé, que no hace falta beber ni salir de fiesta para pasártelo bien.

Mientras iba esquivando a los borrachos y a los relaciones públicas de las distintas discotecas de la zona de baile madrileña por excelencia, iba sacando de mi bolso mis eternos cascos para escuchar un poco de música y amenizarme el tremendo paseo que quedaba por delante. Me daba cuenta de lo trágico que es ver a los jóvenes tirados en los diferentes portales que rodean Moncloa (algunos en situaciones muy embarazosas); ¿acaso soy demasiado raro por no querer ponerme así?

Puerta del Sol a las 4 de la mañana
Mi HERMOSO paseo duro alrededor de una hora, tuve tiempo de ver Madrid como nunca la había visto, sin el ajetreo de la gente, como si le quitaras la nieve a las montañas en invierno. La ciudad estaba desnuda, frágil, carente de glamour pero eso no impide disfrutar de la belleza de lo feo. 

Si tenéis la oportunidad de hacerlo, no lo penséis, hacedlo. Aunque os duelan los pies, la espalda y la cabeza al día siguiente, lo recordaréis con entusiasmo e incluso os llegaréis a decir que ojalá lo pudieráis hacer todas las noches. Hoy me he levantado con la sensación de que me lo pase como nunca, porque baile, disfruté y caminé como un niño en una ciudad de fantasía.



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